STAC: de la Lexicon 80 hacia la Auditronic. Continuación.
… y los Talleres se fueron desarrollando.
¡¡Tomás!! Caramba. Tomás era el “frustrado” de Taller Madrid al que hacía mención en el artículo anterior.
Son las cosas del ALPISTE. Te quedas dándole vueltas al nombre que no te sale y al día siguiente te aparece el nombre con toda claridad.
Los Tomás de Taller Barcelona eran Serra, Pascual y Jamilena y en Bilbao Ochoa que tuvo la suerte de que al Perito Industrial que iba destinado para aquella zona se lo cepillaron en Ivrea, tal como recuerdo en el artículo anterior, y él, que tenía méritos de sobra, continuó al en aquel Taller durante toda su vida profesional, si mal no recuerdo.
El Taller Barcelona estaba dividido en dos locales.
El de Fábrica, al mando del Sr. Ill (como Hill, pero sin la H) como encargado técnico y del Sr. Bosch que, además de otras funciones en la Fábrica, era el encargado administrativo, para lo cual contaba con la Srta. Andrea, encantadora joven, discreta y eficaz que apechugaba con todo el papeleo del Taller además de atender el teléfono (años más tarde se casó con Sanz, un colega que era instructor en la Escuela STAC). Era en definitiva un Taller bicéfalo.
Y el de máquinas de escribir que yo conocí situado en Rambla de Cataluña, en los bajos del edificio que ocupaba Rápida S.A., dirigido y muy bien controlado por el Sr. Montané.
Que excelente persona el Sr. Montané. Toda la vida recordaré la recomendación que me hizo el Dtt. Sinigaglia (más que virrey de Cataluña) cuando me presenté a él después de mis aventuras y desventuras en Madrid.
Me dijo: “Se hace Ud. cargo de los dos talleres de esta Sucursal y no tengo nada que objetar pues las personas responsables de esta política entienden que está Ud. preparado, pero una cosa si quiero advertirle: Trate al Sr. Montané con toda consideración pues no quisiera recibir noticias de que el Sr. Montané se encuentra dolido con el nuevo Jefe. ¿Me entiende?”
Los que conocieron al Dtt. Sinigaglia saben que cuando con aquél rostro adusto y la mirada penetrante te soltaba un ¿Me entiende?, No te quedaba ninguna duda de lo que tenías que entender.
No me costó ningún esfuerzo hacer caso de la recomendación. Montané me aceptó de buen grado, fue para mí un padre protector, un consejero fiel y, tal como ya era, un eficaz y seguro colaborador en la conducción del Taller.
Los dos talleres se unificaron con el pase a Ronda Universidad si bien estaban situados en dos salas diferentes por razón de espacio y poco tiempo después la completa fusión se realizó con el traslado a la calle Llacuna.
El problema principal, entonces, eran las Audit. Desde un punto de vista técnico eran una maravilla de la mecánica, pero las condenadas tenían un montón de piezas susceptibles de dar problemas y para resolverlos estaban los tres anteriormente mencionados: Serra, un hombre que había equivocado su carrera. Más que mecánico era un comercial nato. Los vendedores de máquinas contables encuadrados en los Grupos de José Herrero y José Lluch le adoraban, simpático, ingenioso, educado, le tenían como “colega”.
Y los clientes que atendía también… hasta que estallaban. Algunas veces los problemas de las máquinas los resolvía con brillantes argumentos más que con efectivas intervenciones técnicas y cuando el cliente protestaba ya estaba cargado de razones.
Pascual era la otra cara de la moneda. De genio corto no se mordía la lengua pero a cambio conocía muy bien las Audit. Los vendedores le temían pero era al que tenían que acudir cuando había problemas y él se quejaba, y no sin razón, de que a uno le reían las gracias y a él le pasaban los muertos.
Jamilena era el más listo de los tres. Era un excelente mecánico, no se enfrentaba con nadie y escurría el bulto siempre que podía.
Formamos un buen equipo al que se fueron añadiendo más componentes y yo fui aceptado como Jefe porque cuando los problemas de las máquinas se enconaban me arremangaba y me iba con ellos a casa de los clientes.
Es así como ví que la principal causa de problemas era el programa de contabilidad 1.1.19 que se vendía como churros pero que en el Taller nadie sabía cual era su lógica de funcionamiento. Las máquinas se reparaban por instinto mecánico más que por deducción de cual era el proceso que fallaba.
Comentándoselo un día a Pepe Lluch se ofreció a darme un curso sobre el funcionamiento del programa. Fue la solución. Completando sus conocimientos sobre el funcionamiento del programa con mis conocimientos del funcionamiento de la máquina, llegamos a comprender su lógica y a partir de entonces resultó más fácil arreglarlas.
Y el Taller fue creciendo y gracias a Dios apareció Pablo Yagüe. Desde un buen principio Pablo fue un refuerzo impagable. Trabajador infatigable, con una especial capacidad para aplicar a los problemas las soluciones más adecuadas, con intuitiva habilidad para conducir a los mecánicos que le permitía o ponerse serio o ir de guasa, según el tema o el momento.
Y con el tiempo fueron apareciendo otros. Antonio Ibars, Eusebio Calvo, el otro Puig, Lucas García Cerrillo, Antonio Pajuelo (que, posteriormente, me sustituiría en mi segunda etapa en el Taller Barcelona), Carlos Prieto, García Dolz (que no gloso su figura para que no me llaméis pelota ya que es miembro organizador de este evento de los 100 años, pero que era y es un tipo de una gran sensibilidad humana y competencia técnica) Jordi Seluy, y unos cuantos más de los que no soy capaz de recordar, cronológicamente, su incorporación al STAC, que, o bien se quedaban en el taller, o bien estaban de prácticas para acceder a otros destinos. No los cito por temor a olvidar a alguno.
He citado mi segunda etapa en el Taller. La primera acabó más o menos por el 69 ó 70 y me sustituyó un compañero de los que recibimos la formación en Italia. Antonio Alcarria, del que hace mucho que no sé nada de él.
Pasé a ser Inspector Técnico de los talleres de toda España, excepto los de las grandes Sucursales. Era como un alma en pena dando vueltas por toda España. Tardaba unos cuantos meses en volver al mismo Taller y comprobaba que no habían hecho ni puñetero caso de lo que habíamos planteado en la visita anterior.
Como ya estaba en activo el nuevo Director del STAC, Barbina, le propuse que había que repartir el territorio, como mínimo en tres partes. Y nacieron los Sectores. Entraron tres ingenieros, Carlos Rubio, Valentín y Clemente.
Tres tíos estupendos. Carlos con su mente racional, Valentín con fuerza y empuje y Clemente un hombre muy inteligente y con un profundo sentido del humor.
Recuerdo el viaje a San Sebastián, en el 600 de Clemente, para presentarlo en el Taller donde haría sus prácticas, como el viaje más divertido de toda mi vida.
Por cierto, cuando vio el aspecto del Taller no le gustó y algún tiempo más tarde, al pasar por allí ví que había convertido el Taller en un jardín, lleno de macetas y flores.
Fue un precursor de Claudio Montagner que años más tarde convirtió los locales de los Talleres en auténticos centros “fashion”.
Clemente no duró mucho. Dijo que esto de gestionar Talleres era como conducir un tanque y nos dejó. Durante mucho tiempo estuvo escribiendo en La Vanguardia artículos sobre las naves y vuelos espaciales. Le iba mucho más.
Puestos en marcha los Sectores yo me reservé el Sector 3, el oriental que comprendía el Levante, mi tierra y allí pasé un cierto tiempo. Hasta que a Antonio Alcarria cayó enfermo de gravedad.
Le dije a Barbina que lo lógico es que yo volviera al Taller de Barcelona de forma que cuando Alcarria abriese los ojos viera que su puesto de trabajo le estaba esperando con el que él había sustituido y que no había otro que le hubiera quitado el puesto. Entre compañeros, que menos. El problema fue que cuando Alcarria se empezó a recuperar habían empezado los conflictos laborales del 74/75 y Barbina pensó que no era el mejor momento ni la mejor situación para facilitar la recuperación.
Y tenía razón. Empezaron las asambleas, las manifestaciones por dentro de los locales de la Fábrica y de Llacuna, los paros, cierres de locales etc. etc.
Federico Prats, como responsable de Recambios, y yo, como responsable del Taller teníamos que entrar en Llacuna antes de las 6 de la mañana hora en la que ya se formaban los piquetes y te aporreaban el coche si lo querías meter en el patio.
Detalle digno de mención, es que al mediodía, Federico y yo íbamos por los túneles de Fábrica hasta la fachada posterior, justo donde ahora está el edificio que alberga a la actual Olivetti, y por allí, que entonces era un descampado, José Luis Varas nos tiraba, por encima de la tapia, bocadillos.
Es decir que JL Varas, en sus tiempos mozos, no solo alimentó nuestra sabiduría con los seminarios para gestionar el Budget sino también nuestros cuerpos… por lo menos el mío y el de Federico.
Y en Septiembre de 1976 finalizó mi etapa laboral en el STAC. Pasados los follones pre y post democráticos me llegó el relevo. Un colega, competente, fuerte de carácter y magnífica persona, Pajuelo me sustituyó en un Taller que ya nada tenía que ver con aquél que ayude a desarrollar.
La electrónica ya estaba en su apogeo. Los problemas que nos habían dado los UME en los albores de la electrónica eran juegos de niños comparados con los que daba la Auditronic. Pasar de la mecánica a la electrónica era todo un reto que los mecánicos, ya camino de ser denominados técnicos, pudieron recorrer con la valiosa ayuda de la Escuela STAC.
¿Y qué hice yo?. Pues tener otro golpe de suerte como cuando entré en Hispano Olivetti y que recordaba en mi artículo anterior.
Resulta que a principios de 1976 Hispano Olivetti tuvo un serio problema con uno de sus principales clientes, el Banco de Santander. Una fuerte partida de Summa 20, creo que era, que habían comprado para las Sucursales del banco estaban dando un montón de problemas y el Sr. Lera jefe de compras del banco llamó a capítulo a Hispano Olivetti.
Se montó una expedición formada por el Sr. Ceballos como Director Comercial, el Sr. Alonso Mur como Jefe de Área y yo mismo, que como componente del STAC, iba indudablemente, como chivo expiatorio.
Resulta que el avión en el que íbamos, aquél llamado «el saltamontes», que salía de Barcelona, paraba en Bilbao y saltaba a Santander, se retrasaba, y Ceballos llamó al Director de Santander, Alonso, para que advirtiera que no llegaríamos al Banco antes de las 14 horas.
El Sr. Lera, Dios lo tenga en su gloria, era un visceral de tomo y lomo y le comunicó a Alonso, a grito pelado, que él no podía recibir a nadie a las 14 horas, que estaba harto de la Olivetti y que ojalá el avión se estrellase.
Con semejante prólogo la “expedición” tenía que tener más moral que el Alcoyano para afrontar la visita que había sido aplazada hasta el día siguiente.
Y allí estábamos a las 10 de la mañana del día siguiente. El Sr. Lera nos tuvo casi una hora en el pasillo que daba a su despacho, paseando de arriba abajo y con la tensión que cabe suponer.
Quiso la suerte (¡vaya suerte!) que con el ir y venir por el pasillo, pasaba yo delante de su puerta cuando ésta se abrió bruscamente y el Sr. Lera, al primero que vio fue a mí y haciendo el gesto oportuno nos hizo pasar.
Como yo iba el primero, en vez del último que por jerarquía me tocaba, se dirigió a mí y empezó a soltarme la artillería, con gran respiro de mis acompañantes.
En 1976 ya estaba yo curtidito de recibir sopapos de clientes y quiso Santa Tecla echarme una mano, y por mi boca debieron salir sus palabras y argumentos. El caso es que una vez desfogado el sr. Lera y tranquilizado por la serie de acciones técnicas que, le indiqué, pensábamos poner en marcha para corregir los defectos, la visita pasó a ser una balsa de aceite, no hirviendo como nos temíamos, sino balsámico.
Con el tiempo llegué a la conclusión, no confirmada por Ceballos que todos sabemos lo hermético que era, que debió pensar “este chico no lo haría mal como comercial”.
Y la confirmación de mis pensamientos vino cuando meses después, Bellsolell dejó la División de Teletipos y Ceballos me eligió para sustituirle.
Fue la mejor etapa de mi vida profesional. Me divertí con la División de Teletipos que inmediatamente pasé a denominarla con el pomposo título de División de Telecomunicaciones, conocí a una gran cantidad de profesionales de la venta que eran un verdadero capital que Hispano Olivetti tenía y aprendí un montón de cosas del mundo comercial (téngase en cuenta que me nombraron Director de una División comercial sin haber visto en mi vida un pedido). Y las aprendí de un comercial como la copa de un pino, Domingo López, no siempre bien valorado por otros jefes, dado su corto genio, pero con el que congenié desde un buen principio y con el que mantengo una entrañable amistad.
Pero bueno, esto es otra etapa que no tiene nada que ver con la colaboración que yo os ofrecía de “STAC: de la Lexicon 80 hacia la Auditronic”.
A la Auditronic ya he llegado, así que me despido de vosotros y espero veros en Octubre.
Enrique Puig
13 de agosto de 2008
Enhorabuena Enrique por este repaso histórico tan extraordinario y estimulante para el recuerdo.
Al citar alguno de los compañeros de la época en Madrid y Barcelona, me he animado a asomarme por aquí para complementar tus artículos con más nombres de personas del STAC de la Hispano Olivetti que llamábamos «periféricos» y proyectar un poco más de historia del STAC.
Enlazo con tu cita sobre Julio García Ochoa de Bilbao, que todos conocemos y que a diferencia de lo que describes, no creo que se librara de algunos Peritos principiantes a su alrededor, al que reconocimos su capacidad y actuación como un referente técnico fundamental de la vanguardia Olivettiana, dominando desde la mecánica más refinada de las Audit y Mercator con su incipiente electrónica transistorizada, siguiendo por las Programas 101, 203, 602 y 603, P6040/6060, hasta la controvertida relación Hardware/Software de las Auditronic 730/770, A5, A7, sus curiosos periféricos y las innovadoras BCS 2030, Sistema 6000, PC´s, Cajeros, Dispensadores e Impresoras. Profesional ampliamente valorado y reconocido por clientes y compañeros del STAC y de la Comercial.
A los Peritos que entramos en promociones posteriores, que fuimos bastantes, también nos «rodaban» por la periferia siguiendo los criterios descritos por Enrique, asignándonos la responsabilidad del Budget, la gestión del Personal y la Organización de los Talleres, con el «permiso» en ocasiones, de veteranos Jefes de Taller como Alberto Ayala en el caso también de Bilbao, bellísima persona, empedernido fumador de «Chester» corto, que tuvo la condescendencia de ayudar y enseñar a una pléyade de incipientes promesas: Bonilla, joven perito que se casó en Bilbao. Eusebio Calvo, que también pasó por allí, me contó en una ocasión que asistió a la boda de Bonilla y presenció la colocación de una ristra de botes en la trasera del coche de los novios con la severa crítica por parte de Alberto: «Pero Sr. Calvo, ¿Cree Vd. que esto es serio?». Debía ser la época de De Miguel como Director Comercial. Después pasaría otro joven Perito, Antonio Pajuelo. Tres años de permanencia, uno o dos hijos vascos, no recuerdo ahora. Resulta anecdótico, pero para muchos de nosotros, las familias se han formado con hijos de múltiples partes del país en ocasión de nuestros continuos traslados.
Mis inicios oficiales fueron en el Taller de la sucural de Tarragona en donde también me ayudó muchísimo y honro con su amistad, aparte de otros compañeros, el hasta entonces Jefe de Taller, José Martínez Forcadell, otra bellísima persona proveniente del antiguo Concesionario local como era habitual en aquellos tiempos. Allí permanecí un par de años, contraje matrimonio y nació una hija catalana. Eran los tiempos de Pujol y Lalo Moreno como directores comerciales con responsabilidad sobre las delegaciones de Reus y Tortosa.
Yo sustituí en Bilbao proveniente de Tarragona a Pajuelo en 1976. La sucursal estaba situada en el sobrio edificio de siete plantas de Olivetti en la calle General Concha. Allí iba a permanecer tres años, y como no, un hijo vasco nacido en Cruces (Baracaldo).
La Comercial parece que también se movía con parecidos criterios, pues en ese breve espacio de tiempo coincidí en Bilbao con Miguel Tejerina, Federico Gallego y Pepe Díaz Cordero. Tres compañeros extraordinarios, atendiendo a numerosos e importantes clientes, centralizando la gestión comercial y técnica para los Bancos Bilbao y Vizcaya que entonces viajaban separados. Todo esto también bajo la atenta mirada de Juan Altube, reconocido gestor administrativo-financiero, cultivado en la escuela tradicional como la de Alberto.
No menos importante era el Centro de Software que entonces dirigía Buitrón y en el que estaba adscrito nuestro compañero Enrique Fernández.
A mediados de 1977 se produce un cambio organizativo relevante coincidiendo con la reciente incorporación de Pedro Pastó como Director STAC, proveniente de Fábrica. A determinados Jefes de Taller nos pasan a Directores de Zona STAC siguiendo criterios de Divisionalización de Productos y Territorios. En Bilbao aterrizan tres competentes profesionales; Adolfo Compostizo como Director de Zona Stac de Sistemas de Gestión «SG» junto con José Martínez Melé proveniente de Barcelona para Data Processing «DP» Juan Pérez de San Sebastián para Máquinas de Oficina «MO»
De Bilbao soy trasladado al Taller de la calle Llacuna en Barcelona como Director de Zona STAC Este de Sistemas de Gestión, que era de la División que dirigía José Luis Varas en Casa Central después de su paso por el Centro de Formación.
Sustituyo en esta ocasión a Pajuelo que había llegado de Bilbao y que pasa a Casa Central. En Taller Barcelona, coincido con Paco Font como Director de Zona STAC de Data Processing y Antonio Ibars para Máquinas de OFicina. Allí trabajé directamente con reconocidos profesionales; Eduardo Olivera y Angel Jarabo situados en Barcelona, Gregorio Trull en Gerona, Pedro Maya en Tarragona, Manuel Jiménez en Sabadell y Antonio Magán en Zaragoza. Recuerdo a decenas de técnicos y administrativos que no me atrevo a citar por la extensión y que con algunos mantengo una grata relación de amistad.
En Barcelona coincido también con las personas que cita Enrique en sus artículos, que ya se encuentran desarrollando los últimos cometidos para Olivetti: Serra, Pascual, Jamilena, Río, Jordi González, Moragues, junto con una extensa lista de compañeros. También, como vecinos del edifico de Llacuna anexo a la Fábrica, con Federico Prats de Recambios y posteriormente con Josep Castellsegué. También estaba ubicado el Almacén Central de Accesorios a cargo de Jordá.
En edificios aparte, con magníficos compañeros comerciales: en Sucursal Sarriá de Gran Vía de Carlos III, con Valentín Maneiro, Corcín, Benet…, en Sucursal San Andrés de la Calle Malgrat, con Clemares, Sirera …, y un pequeño ejercito de analistas y programadores.
Después pasé al STAC Central en 5ª planta de Ronda Universidad. Ricardo Berla dirigía entonces la Hispano Olivetti y en Abril de 1978, Carlo de Benedetti es nombrado Vicepresidente y Consejero Delegado de Olivetti.
Por los 90, con Claudio Montagner como Director del del nuevo departamento Oliservice como transición del antiguo STAC, Julio García Ochoa, toma el mando del Servicio Técnico de Olivetti, Olsy, Wang Global y Getronics, como Director de Área Norte, hasta hace unos años que se jubiló y que con otros compañeros, tenemos la gran suerte de encontrarnos, aquí o allí, para celebrar la amistad y recordar todos aquellos años en torno una mesa con exquisitas chuletas de buey y vino de Rioja que Julio se encarga personalmente de adquirir a los mejores proveedores de Bilbao, que es como decir, los mejores del mundo. Ya sabéis, los de Bilbao son así, y al menos, en esas ocasiones, os puedo asegurar que es cierto.
Quizás, para justificar la idea que expresa Enrique Puig en la cabecera de este artículo con respecto a la permanencia continua de Julio en Bilbao, debo añadir que Ochoa, a pesar de que durante años tuvo otras responsabilidades gestionales de ámbito nacional en el Staff de Dirección Oliservice, mantuvo la suerte o habilidad de no cambiar nunca de residencia, lo que no le libró de frecuentar gran número de aeropuertos, estaciones de ferrocarril y hoteles, para atender «in situ» sus obligaciones. Creo que esto le ayudó a rebajar los trajes en varias tallas con el consiguiente coste de vestuario.
Juan García Dolz