– LA FORMACIÓN COMERCIAL –
Durante aquellos calurosos días de inicio del verano, la comunicación entre los componentes del grupo se hizo cada vez más fácil y abierta. Vencidas la timidez de alguno y las naturales barreras entre personas que hasta entonces no se conocían, los proyectos personales y las escasas experiencias de casi todos dieron mucho de sí en nuestras conversaciones durante los períodos de descanso. De política hablamos poco, muy poco. Eran aquellos tiempos, tiempos oscuros. Sin embargo, creo recordar que Ángel y Luis mostraban, con imprudente osadía, ciertas tendencias progresistas.
Uno de aquellos días en los que estábamos ociosos en la sala de juntas de fábrica, recibimos una visita importante. Vinieron a vernos el dott. Vernetti, gerente de Comercial Mecanográfica y el dott. Sinigaglia, director de la sucursal de Barcelona. Ya sabían de nosotros porque Paco Herrero les había informado de las conclusiones a las que había llegado en las entrevistas que previamente había tenido con cada uno de los aspirantes, antes de iniciar nuestro período de prueba. De ellos habré de hablar en próximas entregas. Dejadme decir ahora en un inciso que los etnólogos, sociólogos e historiadores que estudien la tribu de COMESA – que con las de Hispano Olivetti S.A. y Rápida S.A. formaba la nación olivettiana – reconocerán en ambos a sus caudillos: en Angelo Vernetti, al gran patriarca y, en Luciano Sinigaglia, al brujo o hechicero. Por encima de ellos estaba Gianluca Peyretti, el representante máximo del hacedor supremo de la gran nación de naciones que era el grupo Olivetti. Pero eso ya es otra historia y, como tal, se tratará en otro capítulo.
Tras las presentaciones formales, el dott. Vernetti se dirigió cordialmente a cada uno de nosotros, preguntándonos cómo nos encontrábamos en la que iba a ser nuestra nueva empresa. A mí me dejó para el final. Me dijo: A ver, qué es lo que nos dice el más jovencito. Cuando le respondí que yo era, con mucho, el mayor del grupo, que tenía 28 años y que le llevaba cinco a Juan Pedro, que era el más joven, la conversación se estancó en aquello de lo equívocas que son las apariencias. La sacó del atolladero el dott. Sinigaglia quien, mucho más incisivo, me dijo: Bien, pues explíquenos entonces en qué ha empleado su tiempo hasta ahora… o en qué lo ha desperdiciado. Le respondí lo que mis compañeros ya sabían. Que al acabar el bachillerato me puse a trabajar en un banco; que estudié la carrera por libre; que a los diez meses de estar en el banco me contrataron como profe en el colegio donde había estudiado el bachillerato y que, al cabo de ocho años, me fui a mi frustrante experiencia en el mundo editorial. Un curriculum sin interés alguno. Ello unido a mi “avanzada edad”, determinó que el hechicero decidiera que yo no podía pertenecer a la tribu de los “comesos” y, siguiendo su dictamen, el gran patriarca me destinó inicialmente a la de los “rápidos”, la más pequeña. Eso lo supe mucho después.
A finales de junio, cobramos nuestro primer sueldo: 5.000 pesetas. Limpias. Sólo por aprender. No estaba mal. Equivaldrían a unos 820 euros actuales. No llegábamos a ser mileuristas. Yo seguía trabajando de noche para las editoriales.
Empezó luego nuestro período de formación comercial. Xavier Vigué, que venía del mundo de la docencia, y Ramón Sucarrats fueron nuestros eficaces profesores. Además, nos hicieron muy grata la estancia en el centro de formación comercial. En mi opinión, la parte más interesante de sus enseñanzas fue la relativa al funcionamiento y las aplicaciones prácticas de las máquinas de calcular.
Antes de mi primera visita al centro de formación para mi primera entrevista con Paco Herrero yo no sabía que Olivetti era una empresa multinacional y, menos aún, que fabricaba máquinas de calcular. ¡Y qué máquinas! También ignoraba que, en Barcelona, se fabricaban las sumadoras manuales Restisuma 20, y las eléctricas de nombre Quanta. Además, unas máquinas algo primitivas de 3 y 4 operaciones, las Electrosuma 14 y las Divisuma 14, respectivamente. Pero en Italia se fabricaban dos auténticas maravillas: la Divisumma 24 y la Tetractys. Entonces eran dos joyas de la ingeniería electromecánica. Eran máquinas que realizaban las cuatro operaciones y la segunda disponía de dos totalizadores independientes. Entre ellos podía transferirse los totales de las operaciones realizadas en cualquiera de los dos. La Tetractys disponía además de un modelo dotado de un carro móvil para aplicaciones que requirieran imprimir en horizontal. Recuerdo que las Divisumma se vendían a 32.000 y las Tetractys, a 48.000 pesetas. Equivalen, en cálculo aproximado, a 5.250 euros y a 7.900 euros de ahora. Una pequeña fortuna. Creo recordar que no llegaron a cuatro mil las Divisummas que se vendieron el año 1963 en España y a menos de la mitad, las Tetractys. La Harvard Bussiness School, en uno de sus famosos casos, estudiaba en los años 70 el modelo de gestión de marketing de Olivetti y calificaba a la Divisumma 24 como el bread and butter de la empresa. Querían con ello significar que los beneficios generados por la comercialización de la máquina constituyeron la base económica de su desarrollo futuro.
Pero volvamos al tema. Los ejercicios prácticos de dificultad creciente que teníamos que resolver, primero con una sumadora Quanta y luego con una Tetractys, me resultaron muy fáciles, divertidos y didácticos. Perdonadme que diga, sin falsa modestia, que para mí fueron coser y cantar. Antes de mi corto período en la editorial, yo venía de ser profesor de matemáticas de 4º y 5º de bachillerato en un colegio. Cálculos bastante más complicados habían sido mi pan de cada día y nada se aprende mejor que aquello que te da de comer. Aunque hay quien dice que “el que sabe, sabe; y el que no, enseña”, personalmente, creo que el que enseña, aprende dos veces y la buena es la segunda. Además, cuando tenía doce años, ya utilizaba diariamente una calculadora no impresora de las de cursores y molinillo –hoy auténtica pieza de museo- marca Brunsviga. En un colegio de la Plana de Vic, donde estuve interno tres años, teníamos un completo observatorio meteorológico de nivel nacional. Yo era uno de los dos alumnos privilegiados que ayudaban a los profesores, después de realizar las observaciones de campo diarias, a anotar los datos y a calcular valores estadísticos y las tendencias con la maquinita de marras. Trabajar con la Tetractys fue pasar a conducir un Ferrari – bueno, no exageremos; pero de un Mercedes no bajo – después de haber circulado durante algún tiempo con un Seat 600.
Como resultado de todo ello, al acabar el cursillo, Herrero y Vigué informaron al gran brujo de que el alumno mayor (el de más edad, no precisamente el más alto) parecía bueno con los números. El hechicero aconsejó al patriarca-jefe que me quedara en COMESA. Y éste le hizo caso.
A todo esto, llegaron las vacaciones de agosto. Como no llevábamos ni dos meses en la empresa, creíamos que nos darían una semana de descanso a lo sumo. Pero como alguien habría tenido que quedarse con nosotros, nos dieron las tres semanas, como a todos.
¡Ah! Se me olvidaba. Nos pagaron íntegra la paga extraordinaria de julio. Todo empezaba muy bien.
Pronto nacieron nuevas amistades que se refuerzan con el paso del tiempo. En la foto, dos del los citados en esta entrega, Paco Herrero y Xavier Vigué, con el autor de este relato, bastantes años después, celebrando una Navidad.
José Manuel Aguirre
En Barcelona, a 11 de julio de 2008