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No tengo conexión a Internet, pero mi hija María Jesús me imprime algunos de los artículos que publicáis en la Web de Olivettianos y me comenta muchos de los otros.
Cuando me llamó Paco Escalante para anunciarme la convocatoria de la fiesta del Centenario de Olivetti, decidí enseguida que tenía que estar presente en ella. Lo que me anticipó pintaba muy bien. Lo que más me seducía era la posibilidad de encontrarme con amigos con los que había trabajado durante muchos años.
Cuando estábamos en activo, a algunos los veía casi todos los días pero, desde que me jubilé, los encuentros fueron ya muy ocasionales. Hacía más de 15 años que no sabía nada de muchos de ellos. Me apresuro a decir que la fiesta colmó con creces mis expectativas. Me encontré, en efecto, con algunos de mis antiguos compañeros – entre ellos los Tutusaus, Cabado, Morató, López Río, Paco Herrero -, que lo son de toda mi vida profesional y con muchos otros que, aunque de promociones posteriores, los tengo también en gran aprecio.
Pero lo mejor de la celebración fue que, a pesar de mi mala memoria, se avivaron muchos de mis recuerdos. Como en una película, pasó por mi mente todo un carrusel de imágenes de mis casi cuarenta años en Olivetti. Durante el almuerzo, tuve ocasión de conversar con Aguirre, mi compañero de colegio, con lo cual la nostalgia se remontó a muchos años atrás. Me dijo que tenía mucho que contar, que me animara y que lo publicara en la Web para que mis vivencias formaran parte de la pequeña historia de todos nosotros. Tras muchas dudas y ante la reiterada insistencia de mi amigo (todavía hoy me acaba de llamar por teléfono para intentar convencerme) me lanzo a ello.
Ingresé en Olivetti en 1955, recién terminado el servicio militar. Me entrevistó el dott Sinigaglia. Cuando me preguntó si tenía experiencia previa en ventas, le dije que sí, que yo era representante de la firma de cosméticos Barbara Ward. No era cierto, pero como yo no quería perder la oportunidad de ingresar en Olivetti me inventé esa supuesta actividad.
Eran los tiempos del lanzamiento comercial de la Lexicon 80 y de la Pluma 22. Después del curso de primera formación, a mí y a Jordi Morató nos asignaron un distrito del extrarradio a cada uno. Por la zona de Horta. De la Horta de entonces. Era “territorio apache”. Lo llamábamos así porque estaba todo por fichar… y casi por urbanizar. Conseguí una de mis primeras ventas por aquellos andurriales. Recuerdo que en la dirección del pedido puse “camino de carro de Ca’n Papanats”. Fue una pieza de caza menor: una Pluma 22. Aconsejé al cliente que abonara la máquina al servicio de limpiezas periódicas. Cuando se enteró el jefe de taller, Sr Montané, montó en cólera y me dijo que lo diera de baja inmediatamente. El dott. Sinigaglia cuando se enteró sentenció salomónicamente que allí donde había llegado un vendedor también podía llegar un mecánico. Por lo tanto, el abono se mantuvo.
Recuerdo al dott. Sinigaglia con mucho afecto. Para nosotros fue un estupendo director. Para muestra, valga un botón. Como el hombre era consciente de que nuestra zona de trabajo estaba muy lejos y muy mal comunicada, algunos días nos hacía llevar hasta allí en su coche. Su chófer debía recogernos después hacia la una.
De aquellos días guardo muy grata memoria de otras personas. Una de ellas era Carlos Rincón, un veterano vendedor que me acompañó en mis primeras gestiones y del que aprendí mucho. Otro era un personaje singular al que los más veteranos recordarán, si me leen: Aurelio Domínguez. Fue mi jefe de grupo. Recuerdo que tenía un carácter difícil y no tenía muchos amigos entre sus colegas, pero como vendedor y como jefe era muy bueno. Defendía a los hombres de su grupo a toda costa, frente a los otros jefes de grupo que entonces eran Oliva, Vilalta y el llamado “Chiquito” González. Este último era una persona muy elegante. En verano, gustaba de vestir una chaqueta blanca cuando tenía gestiones especiales. Los de mi quinta recordarán que estuvo ennoviado con una de las dos Hermanas Serrano, una pareja de cantantes melódicas muy de moda entonces en Barcelona (Seguro que Luis Vich las recuerda). Incluso llegaron a grabar algún disco.
Volviendo a Domínguez, tuvo dos peloteras muy serias con el dott. Sinigaglia. A consecuencia de ellas tuvo que dejar COMESA y lo destinaron a Rápida s.a., la empresa que fabricaba y vendía las máquinas de coser Wertheim.
Me parece importante recordar aquí que viví en primera persona el lanzamiento de nuestra primera máquina de calcular de 4 operaciones: la Divisumma 14. Por cierto, para esa máquina se designó un demostrador específico. De ese título no pasó. Pero según la terminología del marketing de hoy, hubiera sido el primer Product Manager de la historia de nuestra empresa. Su nombre: Carlos Martí Rafà. No sé qué ha sido de él.
Al cabo de un tiempo, me asignaron un distrito más productivo. Recuerdo sus límites. Los consigno aquí para que, aquellos que no vivieron la instructiva experiencia de la venta en el distrito y conozcan Barcelona, sepan qué ámbito geográfico tenía. El mío estaba situado en lo que se denomina la Esquerra de l’Eixample, y estaba delimitado por las calles de Aribau y Entenza, en un sentido, y por la calle Provenza y la Avda. Infanta Carlota entonces (hoy Josep Tarradellas), en otro. Esta zona ya era mucho más cómoda y más “fértil”. Posteriormente, me la cambiaron por otra zona aún mejor, porque era área de muchos despachos, delimitada por el Paseo de Gracia, la Rambla de Catalunya, la calle Valencia y la calle Séneca, por encima de la Diagonal. Luego, pasé a Especial B.
Invierno 1958 – 1959. Hispano Olivetti. Grupo B. Morella – Torruella – Cabado – Llanes – Rafael – Bezeda – Marti – Miguelez
Me contaba Aguirre que en Italia se ha publicado un libro que se titula “Memorias de un vendedor de máquinas de escribir”. Decía que tenía muchas ganas de comprarlo y leerlo. No hace falta que vaya a Italia a buscarlo. Dentro de Olivetti ha habido personas como yo que podemos contar un sinfín de historias y anécdotas de todo tipo. Como decía Paco Herrero en su presentación en la fiesta, la calle enseña mucho y en ella se viven experiencias de todo tipo. En Olivetti podríamos escribir una enciclopedia sobre la cuestión.
Recuerdo que, en una de las varias ocasiones en que nos reunimos en el restaurante “Las Siete Puertas” de la Barceloneta, el dott. Vernetti, entre bromas y veras, anunció un premio especial al primer vendedor que fuera capaz de vender una máquina de escribir a uno de los comensales presentes en el restaurante. A los pocos minutos, Aurelio Domínguez apareció con un pedido. Había convencido a uno de los presentes para que se lo firmara con la promesa de que él iría a recogerle la máquina al día siguiente de la entrega. Naturalmente, Domínguez consiguió el premio y revendió la máquina a los dos días.
En otra ocasión, el amigo Domínguez, que estaba bien relacionado en el estamento militar, organizó una excursión a Talarn, donde estaba instalada la academia de suboficiales del ejército. Yo fui de la partida, creo que con Morató y Cabado, entre otros. Allí vendimos una buena cantidad de máquinas.
Tampoco se me puede olvidar aquella visita que hice a uno de mis clientes. Al llegar a su casa y preguntar por él, sin inquirir el motivo de mi visita, me hicieron pasar a un salón en donde estaba mi cliente… de cuerpo presente. Me llevé una impresión enorme.
Un especial recuerdo merecen las campañas de venta de máquinas de escribir portátiles. Las primeras tuvieron lugar durante el mes de septiembre, con ocasión del inicio del curso escolar. Luego se trasladaron a los meses de noviembre y diciembre. Nuestra empresa, con el apoyo de fuertes campañas publicitarias en TV, convirtió a las portátiles en uno de los regalos navideños más deseados. Pues bien, he de decir que la mayoría de los vendedores nos tomábamos muy en serio el concurso de venta de estas máquinas. Era una competición en toda regla que afrontábamos con un cierto espíritu deportivo. En alguna de ellas trabajé formando pareja con Ezequiel Cabado y en otras, con el malogrado Lluis Fortuny. Quedamos siempre entre los tres primeros. No se me olvida que yo apelaba a todas mis relaciones en empresas o entidades públicas importantes, especialmente si en ellas contaba con la introducción que podía proporcionarnos algún compañero de colegio. Nada ilícito, por supuesto. Gracias a esas pequeñas ayudas, conseguí muy buenas ventas en la Banca Catalana, en la Diputación de Barcelona, en Pirelli y en algún banco o caja de implantación local. Por cierto, que algunas de esas ventas se producían en circunstancias realmente pintorescas. Recuerdo el caso de un cliente que compró una portátil con la condición de que se la lleváramos a su casa como si se tratara de un regalo que alguien le hacía como muestra de gratitud por los favores dispensados. Así él ganaba prestigio ante su mujer y sus hijos. Naturalmente cumplimos sus deseos al pie de la letra.
Pasé por el empleo de jefe de grupo. De esa época son las fotos que acompañan este escrito. En ellas se me ve, en la oficina, junto a un jovencísimo Ezequiel Cabado. En otra se puede reconocer, entre otros, a, Beszeda, Martí Morella y Cabado. Llaman la atención las motos que utilizaban los vendedores para sus desplazamientos.
Invierno 1959 – 1960. Palacio de los Deportes. Bezeda – Morella – Cabado.
Luego me destinaron de director a la sucursal de Sabadell, en substitución de mi buen amigo Ricardo Pérez Piqué (e.p.d.). Allí pasé 17 años, quizá los mejores de mi vida profesional
Aprovecho la ocasión para dejar constancia de un hecho que considero muy importante. Durante mi gestión como director de la sucursal, la Caja de Ahorros de Sabadell había iniciado una operación de captación de pasivo con el señuelo de un cierto regalo. Visité a uno de los directivos con el objetivo de que incluyeran una de nuestras máquinas de escribir portátiles como incentivo de la operación. Inicialmente se acogió bien mi idea, pero al cabo de un tiempo me informaron de que no era viable ante la oposición de la Confederación Española de Cajas de Ahorro. No obstante, pasadas unas semanas, me llamaron para decirme que podíamos ir adelante con la iniciativa. Puse la gestión en conocimiento de Casa Central y la idea, convenientemente trabajada, dio lugar a un negocio muy rentable. Nunca recibí el menor reconocimiento por algo que fue el embrión de un canal de venta que alcanzó gran importancia y que, mientras no me demuestren lo contrario, estoy convencido que nació en Sabadell.
En la segunda mitad de la década de los 80, tuve que dejar la sucursal, sin que se me diera una explicación muy convincente. El caso es que en Barcelona se me había designado para colaborar en una gestión económicamente muy rentable, pero muy poco brillante y sin apenas satisfacción personal: la venta de accesorios. En concreto, los de una segunda marca de Olivetti que tenía por nombre Diaspron. Me pregunto si os acordaréis de ella.
Al igual que les ocurrió a otros compañeros, mis mejores años en la empresa quedaban ya atrás. En cierto modo era ley de vida. Procuré cumplir con mi nueva misión de la mejor manera posible.
Ahora, al cabo de los años, quedan sobre todo los recuerdos más amables, los de las experiencias más gratificantes y los de tantas personas con las que fue un placer compartir tantas cosas – la mayor parte buenas – durante tanto tiempo. A algunas de ellas las encontré nuevamente el pasado 18 de octubre en una celebración inolvidable.
Por Juan Luis de Llanes
Sitges, 3 de noviembre de 2008.