– CÓMO LLEGUÉ A TRABAJAR EN OLIVETTI –
Como sabían que me oriento muy mal, me lo habían advertido: Aunque está en el extrarradio, no tiene pérdida. Como irás en metro, al salir la verás enseguida, me habían dicho. Y así fue. A la salida de la boca de la estación de Glorias, cerca de donde se acababa la ciudad, en medio de un extenso descampado, allí estaba ella. Blanca, elegante y sobria, la fachada a Poniente de una de las fábricas más grandes y más modernas de Barcelona: la Hispano Olivetti, como pregonaban unas letras de singular tipografía desde lo alto del edificio.
Yo acudía a una cita en esa empresa casi por compromiso. Poco convencido, inseguro, incómodo y, en cierto modo, deseando que todo quedara en agua de borrajas.
Después de una frustrante y breve experiencia profesional en una empresa editorial – sector en el que, a pesar de todo, era en donde me gustaba trabajar –, me ganaba la vida como free lance. Las editoriales Vergara, Bruguera y Marín, sobre todo ésta última, eran entonces mis clientes. Por cierto, en aquella empresa coincidí con Joan Palet y después con Alberto Fernández (e.p.d.), que lo sustituyó en el cargo de jefe de contabilidad. Quién iba a decirnos que poco después íbamos a coincidir en otra empresa.
No me faltaba trabajo, pero no tenía la seguridad de una nómina. Hacía cuatro años que nos habíamos casado y teníamos una niña de apenas un año. Mi mujer y mi madre estaban preocupadas. Así que yo andaba en busca de algo más estable.
Una amiga de mi madre, Carmina Muro, a quien recuerdo como una mujer cariñosa y de mirada muy dulce, estaba casada con Enrique Barrufet, veterano en la empresa y que era el jefe de personal de la fábrica. Mi madre confió su preocupación a su amiga y ésta me procuró la entrevista con su marido. Mientras tanto, yo acababa de recibir una propuesta para ingresar en la plantilla de la editorial Montaner y Simón. Esta alternativa me gustaba más y me parecía más adecuada a mis capacidades.
Cuando ahora recuerdo a Enrique Barrufet, su imagen casi se me confunde con la del escritor Vizcaíno Casas, ambos desaparecidos. Quizá más delgado, pero con marcadas entradas, el pelo peinado hacia atrás, ojos claros, profundas ojeras, mirada penetrante y un fino bigote, muy al estilo de la época. Vestido de manera elegantemente sobria, me recibió en una pequeña salita del primer piso, en la reducida área de despachos donde se concentraba el poder.
Me atendió muy cordialmente. Me dijo que en esos momentos lo que me podía ofrecer quizá no me interesaría: un puesto de perforista de tarjetas para el equipo Bull de la fábrica. Le di las gracias y le dije que lo pensaría. Decididamente al día siguiente me comprometería con Montaner y Simón.
Cuando ya nos despedíamos con un apretón de manos, de repente me preguntó: Tú eres abogado ¿verdad? Yo le respondí: No, señor, sólo soy licenciado en Derecho. Es lo mismo, me dijo él, quizá sin entender o valorar la diferencia. Desde allí hizo una breve llamada a un número de teléfono interior. Enseguida apareció una persona que a mí me pareció bastante mayor. Su cabello cano, su mirada triste, algo cargado de hombros y una voz queda y muy suave, todo ello, unido a su atuendo – americana negra, pantalón gris, corbata impersonal -, me confundió.
El recién llegado le confirmó al Sr. Barrufet, contestando a su pregunta que, en efecto, Comercial Mecanográfica estaba reclutando una nueva promoción de universitarios jóvenes. Pues aquí tiene Ud. a uno de ellos, fue el cierre de la conversación.
El señor mayor tomó nota de mis datos y me dijo que, en breve, me llamarían. Así fue. Al cabo de unos días recibí una llamada del director del centro de formación para mantener con él una primera entrevista.
Cuando llegué a casa después de la visita a fábrica mi mujer me preguntó cómo había ido. Le respondí que creía que bien pero que había que esperar. La idea de integrarme en un grupo de universitarios jóvenes empezaba a gustarme. Además, mi mujer y mi madre acabaron de convencerme de que, si Olivetti me ofrecía trabajo, las perspectivas parecían mucho más sólidas que las que me brindaba otra empresa del sector editorial.
En los días siguientes, hablé mucho con mi mujer acerca de la impresión que me había causado aquella fábrica, que apenas había visto, y de las máquinas de escribir.
También hablamos de Barrufet y su mujer y no me olvidé del señor mayor vestido de oscuro. Había algo en él que me había llamado la atención. Yo entonces no sabía que era el secretario personal del gerente y que acababa de conocer a mi primer compañero de Comercial Mecanográfica. Iba a ser un amigo incondicional a quien, aunque hace muchos años que no he visto, profeso un enorme afecto y que tiene mi total gratitud. Fue también mi primer jefe.
Durante los primeros días de mi incorporación al trabajo y luego durante meses y años, su ayuda y prudente consejo nunca me faltaron.
Ese hombre, todo bondad, es Arturo Lázaro Ramón. El sí era abogado. Estaba colegiado en Valencia, ciudad en donde cursó sus estudios de Derecho. Pero no era viejo. Teníamos la misma edad . Con poca diferencia de días, ambos íbamos a cumplir entonces veintiocho años. Me dicen los que le han visto recientemente que no ha envejecido más. Que está igual que siempre.
Barcelona, 8 de julio de 2008
COMENTARIOS A LAS COLABORACIONES DE AGUIRRE Y VARAS.
Apreciados amigos, leyendo vuestros escritos, así como los comentarios a los mismos realizados por los compañeros, parece que estemos hablando de muchas y distintas empresas a la vez.
En efecto, mi opinión es que es así.
Con las distintas variables de las personas, el tiempo y, por descontado, el mercado, creo que hemos trabajado en empresas completamente distintas. Intento poner algunos ejemplos.
Oliservice (stac) antes y después de Barbina, Fei, Colangelo o Gabriele, la Administración antes (alguién se acuerda como era) y después de Pasini, electrocálculos y la DSI, fábrica y la comercial, Barcelona, Madrid y las Sucursales, Tutusaus repartiendo las Lexikon de que disponíamos entre los distintos Ministerios, para que nadie se molestara demasiado, o bien participando junto con otras importantes empresas en concursos de La Caixa.
Podría añadir mis experiencias personales de Perú y México, pero esto es otra historia.
Es como el tópico de los ciegos y el elefante, cada uno de nosotros «palpó» la realidad que le tocó vivir y creo que la suma de todas estas vivencias, al menos para mí, es la gran HISPANO OLIVETTI, de la que me siento profundamente orgulloso de haber trabajado durante más de 40 años así como de todos los compañeros que en algún momento hemos compartido alguna vivencia profesional.
Estoy completamente de acuerdo con el comentario de Paco Escalante, estas situaciones te obligaban a tomar iniciativas, y en consecuencia responsabilidades, que de alguna forma te iban conformando personal y profesionalmente.
Bueno basta de rollo por hoy, amigos seguir escribiendo que para mí es fantástico leeros.
Jaime Hernández Guillem
Mi encuentro con la SUERTE.
Así puede decirse de mi primer contacto con Olivetti.
Fue en Mayo del 68, efemérides histórica para Francia, y como los acontecimientos demostraron también para mi.
Superé las pruebas de acceso al curso de vendedor de distrito de Comercial Mecanográfica.
El curso se desarrollaba en el edificio de Rambla de Cataluña, donde estaba ubicado el Centro de Formación, cuya dirección desempeñaba Juan Pedro Losada y contaba como formadores con Sucarrats, Molina y Farré. La verbena de San Juan finalizó el curso y a partir de ahí se inició mi singladura.
Mis dos primeras etapas parecieron dos » paridas «, 9 meses de vendedor de distrito y 9 meses de promotor de concesionarios. Después se me ofrece ir de concesionario a Valdepeñas, cosa que rechazo, para acto seguido y estando un sábado de visita en el SIMO, recibo una llamada telefónica de Maite Miró, secretaria del director de concesionarios Sr. Cignetti, indicándome que a primera hora del lunes tengo que presentarme en la sucursal de Bilbao para tener una reunión con el Sr. Ceballos, Director de Personal. Varios compañeros que estaban en el SIMO, entre ellos Félix Serrano, me comentan que es posible que me ofrezcan la dirección de la sucursal de Cádiz pues ha sido rechazada por varios candidatos y ….. agradezco a todos su rechazo, y creo sin duda en la SUERTE.
Digo SUERTE porque para mi, a partir de aquel momento, pude conocer una organización que además de haber sido una escuela de formación continuada, sobre todo y por encima de lo profesional y social, lo ha sido en lo humano; y la mejor prueba es que transcurridos 40 años y a pesar de que desde mediados de los 80 reorienté mi vida profesional en otras empresas, creo que sigo contando con excelentes amigos por toda España.
GRACIAS OLIVETTI, GRACIAS AMIGOS, VIVA LA AMISTAD.
Jordi Calvet